Según Silvia Grünig Iribarren (2022), “una comunidad es un conjunto de individuos que tienen en común determinados elementos […]. Los valores comunitarios, su visión del mundo, sus normas y costumbres constituyen una cultura que se crea a través de la interacción entre sus miembros y con el resto de la sociedad”.
Para escoger la comunidad sobre la que quiero investigar, lo primero que hice fue buscar información sobre las organizaciones pequeñas o medianas que operan en Barcelona. Descubrí que existen de muchos tipos: vinculadas al mundo del arte, preocupadas por la integración de inmigrantes o personas mayores, asociadas al deporte y la movilidad de las personas, preocupadas por el medio ambiente o por la transformación social a través de las empresas y el emprendimiento…
Contacté con varias de ellas vía email, pidiendo más información acerca de su labor y preguntando por la posibilidad de estar en contacto durante los próximos meses, con el fin de llevar a cabo un trabajo de la universidad. Solo algunas de ellas contestaron y me ofrecieron datos interesantes, por lo que finalmente decidí quedarme con la organización “Zero Waste Barcelona”[1].
He definido esta comunidad porque se trata de una organización reducida y accesible, creada en 2016 y formada por 8 mujeres, que luchan de forma altruista para combatir el desperdicio alimentario y la exponencial generación de residuos. Se trata de un tema que siempre me ha interesado, y es que considero que el desarrollo de la sociedad ha alcanzado un punto insostenible de consumismo y escasa preocupación medioambiental.
En mi opinión, vivimos en una época en que las prisas del día a día parecen justificarlo todo. Desde las compras compulsivas como forma de ocio, hasta el consumo de alimentos procesados, el uso indiscriminado de agua y electricidad o el menosprecio hacia los bienes materiales, que se fabrican en el país donde resulta más barato, se compran en tiendas atestadas de objetos innecesarios y se tiran a la basura cuando dejan de gustarnos.
Las expectativas que tengo de cara al trabajo de campo son las de conectar con la forma de pensar de los miembros de la organización. Yo ya poseo algunas ideas preconcebidas acerca del reciclaje, la reutilización y la reciente tendencia del “Slow life”. Sin embargo, quiero desprenderme de estos prejuicios y conocer cómo piensan y actúan quienes están mucho más implicados que yo en el tema, y que lo defienden diariamente mediante charlas, talleres y actividades en toda la ciudad de Barcelona.
Para esta primera actividad he escogido un objeto fuertemente vinculado a la cultura: el televisor. Pero en mi mente no tengo un televisor cualquiera, sino uno de cuando yo era niña: de tubo, con el marco gris, la pantalla muy pequeña y colocado encima de un carrito negro con ruedas.
Recuerdo que cuando en casa pudimos comprar una tele más grande y moderna, este pequeño trasto se quedó como algo para mí. Todos los viernes por la noche lo movían a mi habitación y yo me metía en la cama, para ver tumbada el famoso programa del Grand Prix. ¡Era el momento que llevaba esperando toda la semana!
Cuando pienso en aquel televisor, me vienen a la mente sentimientos de cariño y nostalgia. Me transporta de forma inconsciente hasta mi infancia, y me hace pensar en lo sencilla que era la vida en aquel entonces.
Se trataba de algo parecido a esto, aunque con un mueble mucho más voluminoso y un pequeño televisor de tubo.
El televisor fue inventado en 1922 por John Logie Baird para transmitir imágenes y sonidos a distancia.
La necesidad universal a la que responde el televisor es la de comunicación. Las personas somos seres esencialmente sociales, y nuestra historia está plagada de inventos destinados a relacionarnos con los demás. Prácticas como las señales de humo, las cornetas que informaban de un peligro o el uso de palomas mensajeras, por ejemplo, son manifestaciones más primitivas de esta necesidad innata de comunicarnos.
Con los años, el televisor se ha convertido en una gran fuente de diversión, educación y ocio. Relacionado inevitablemente con el concepto del cine, actualmente se producen miles de programas para entretener a los diferentes tipos de usuarios y adaptarse a sus múltiples temas de interés.
El televisor llegó a los hogares europeos como una forma de ocio que reunía a la familia. De la misma forma que la unidad familiar se desplazaba junta al cine, ahora se sentaba en el sofá a disfrutar de la pequeña pantalla. La televisión se convierte en un acto social, donde a la función de entretenimiento y educación del objeto se añaden emociones vinculadas a las personas con las que se comparte el momento.
Sin embargo, en países como Japón la televisión tiene una connotación distinta. Esto se debe a que muchos adultos viven solos, además de a los distintos horarios laborales y a la cultura más individualista y de respeto hacia el espacio personal.
En Corea del Norte el gobierno regula el acceso a la televisión y lo que se emite en ella. Los contenidos extranjeros son ilegales, y se realizan redadas para asegurarse de que nadie los consuma. En consecuencia, numerosos norcoreanos tienen una segunda televisión escondida en casa y desde la que sintonizan otros canales, convirtiendo la televisión en un medio subversivo y un recurso para descubrir lo que su gobierno no les cuenta.
Finalmente, y en zonas como el África subsahariana o en Afganistán, aspectos como la guerra, la pobreza y la falta de infraestructuras tecnológicas hacen que el televisor sea un objeto reverenciado y lujoso, asociado a quienes tienen un elevado poder adquisitivo.
En muchos hogares españoles, es costumbre comer y cenar alrededor del televisor.
Estudiar las relaciones entre el diseño del televisor, sus usos y simbolismos es clave para entender su impacto en la sociedad. En Occidente, la tendencia a ver la televisión en familia ha hecho que se fabriquen televisores más grandes que, en conjunto con sofás cada vez más amplios y los grandes equipos de sonido domésticos, crean toda una experiencia de ocio a la que los usuarios españoles dedican unas tres horas y media al día[1].
Pero el estudio antropológico puede revelar mucho más. Cada emisora de televisión tiene una ideología propia, que se refleja en sus contenidos. Lo que se dice en las noticias y cómo se dice, las tramas de las películas o la manera en que los personajes afrontan los problemas inciden en la forma de pensar de los espectadores, actuando como elemento cohesionador de las ideas del país.
Finalmente, cabe mencionar que las normas culturales también condicionan los contenidos. En Arabia Saudita, por ejemplo, no podemos mostrar imágenes de desnudos, violencia o alcohol, puesto que son contrarios a los valores islámicos. En India, por su parte, está prohibido incluir escenas de drogas.
MILLER, Daniel. Artefacts and the meaning of things. En: [Tim] Ingold. Companion encyclopedia of anthropology: Humanity, culture and social life. Madrid: Routledge, 2015. Págs. 396─419. ISBN 1138131288.